Her o el epílogo fallido de The Big Bang Theory
Año 2013.
Película escrita y dirigida por Spike Jonze. Nominada a cinco Oscars (los
americanos están muy malitos de la cabeza).
Han
trascurrido varios años desde que acabó la serie, y los protagonistas cobran lo
bastante para vivir en pisos separados. En ese intervalo de tiempo Leonard se casó
con Penny, se divorció y aún no
lo ha superado. Por su parte, Sheldon vive desde hace diez años con una chica.
La ciudad es impersonal, tanto, como para que un programa de ordenador ocupe la
vida y los corazones de sus habitantes.
Hasta aquí
todo bien, ni el argumento ni los protagonistas son muy originales pero la idea
puede resultar atractiva, y Joaquín Phoenix hace muy bien de Leonard. El
problema es que no hay más. La película se acaba en los primeros minutos de
metraje. No contrataron a los guionistas de la serie original para continuar con
la historia. La idea se marchita. El programa informático del que se enamora Joaquín
es ñoño, cotilla y manipulador desde el principio, y el sentido común solo
admite la tontería intrínseca si va acompañada de un cuerpo y de un premio:
sexo. No es creíble, si compro un programa informático y me toca las narices lo
apago antes de saber si tiene alma o pechos, porque lo del alma no me importa y
sé de sobra que no tiene tetas.
La cinta
continúa y el irritante programa, con la voz de Scarlett Johansson, enamora a
Leonard. Llegamos al sexo telefónico… forzado, muy forzado… y claro, después de
un polvo (paja) la relación se consolida. De repente la filosofía invade el
sistema y acaba con la relación. Spike Jonze encaja la idea con la sutileza
del peón de albañil, con un cincel y un martillo. No se sabe a qué viene, ni si
el filósofo está poniendo los cuernos virtuales al pobre Joaquín o abriendo la
mente a la calenturienta Scarlett.
Tengo un culo
huesudo, pero pocas veces me doy cuenta de ello en el cine, aguanto como un
valiente la película y critico cuando salgo, me puede gustar más o menos, pero
no la sufro. Con esta película noté el hueso clavándose en la carne, cambié las
piernas a la derecha, a la izquierda, pensé en la levedad del ser, en la pérdida
absurda de dos horas de vida y vi la luz, del subnormal de turno hablando por
el guasa. No me fui, aguanté como un
valiente hasta el final. A la salida
escuché al tonto del guasa decir que
era una obra maestra (tendría pensado masturbarse con su superteléfono).
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