Ayer salí a caminar dos horas, es
sano y me lo ha ordenado el médico porque tengo la tensión alta; anochecía,
helaba y el cielo estaba gris, pero no soy un cobarde y había comprado un chándal
azul eléctrico, unas zapatillas verdes y una camiseta naranja y fluorescente en
el Decatlon. A los cinco minutos descubrí que la ropa de colores vivos no quita
el frío, a los diez, el sudor copioso me hizo olvidar mi primer descubrimiento,
a los quince comenzó a llover y la lluvia arrastró los colores: la camiseta
clareó, los pantalones adquirieron tonos azules y naranjas y la zapatilla
derecha perdió la suela. Sentí miedo, nunca me había alejado tanto de casa a
pie y no conocía los bares, jarreaba y había un charco con ondas multicolores
de aspecto aceitoso bajo mi zapatilla y mi descalzo pie izquierdo. Entré en un bar;
el olor a fritos y cuerpos sudorosos y las moscas pegadas en los grasientos
azulejos de los años sesenta me reconfortaron. Había recorrido unos cientos de
metros, estaba en un territorio inexplorado, pero los bares eran iguales,
acogedores, humanos, nostálgicos… Pedí una caña y me senté frente a la barra
tapizada en skay a leer el Marca, el taburete chilló al arrastrarlo por el
suelo. Las lágrimas llenaron mis ojos, tan lejos de casa y tan cerca. Viajar es
bueno, conoces sitios y te das cuenta de que las cosas, en todas partes, son
parecidas. El camarero jugaba a las locomotoras de vapor con la cafetera; una
manada de niños gritaba y corría golpeándose contra mesas y sillas, derribaron a un señor con muletas y le patearon
los riñones; las madres con abrigos de piel sintética y mallas de leopardo
tomaban café, dándoles libertad; un pintor bebía una caña con aire soñador,
vestido con un mono lleno de manchas y
costras de pintura; un grupo de amigos, con sus barrigas cerveceras y sus
abrigos raídos, comentaban una noticia: El pequeño Nicolás era el hijo de
Leticia, el que tuvo en su anterior matrimonio. Acabé la caña, llamé a un taxi
y volví al barrio. Me sentía orgulloso de mí mismo, había recorrido mundo y
regresaba con nuevas historias.
Este es el blog de Fernandezbross, pseudónimo de los hermanos Fernández Ruiz, unos tipos guapos, listos, modestos y que merece la pena leer. Su primera novela, El opositor, fue un éxito de ventas sin precedentes en Zurich, la segunda, Coto de Dios, se ha convertido en libro obligado de lectura en la Universidad de Connecticut, la tercera Meseta muerta, ha hecho replantarse la vida a Mel Gibson, que está pensando llevarla al cine (con unas palomitas)
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