Un radiocasete enganchado en la
parrilla de una bici, un perro robado en la mano que no sujeta el manillar, el
saco en la espalda y noches y Kilómetros de carretera aguardando. Éramos
adolescentes e inmortales.
Teníamos una única cinta para el
casete y no dejábamos que callase. No oíamos el chirriar de las cadenas ni las
respiraciones forzadas; cuando una cara llegaba al final nos deteníamos,
dábamos la vuelta a la cinta y la música comenzaba de nuevo. Era la banda sonora
de un viaje de descubrimiento, Noches de
Rock&Roll, de un grupo llamado Burning.
Algún año después fuimos a un concierto
y nos encontramos al grupo desayunando, el Rissi vestía gafas de sol, chupa de
cuero y chándal. No nos atrevíamos a acercarnos, eran estrellas del rock, pero lo hicimos, ¡Y nos
firmaron los carné de conducir!
La vida nos golpeó a todos y El Huracán se convirtió en realidad.
Vimos a unos Burning en horas bajas tocar en Bilbao y buscamos a Jhonny cuando
acabaron. Le enseñamos el carné caducado y le pedimos otro autógrafo.
–Para qué quieres una firma –dijo– ¡Mejor
un abrazo!
Y supongo que con aquella frase nos
convirtió en sus seguidores.
Recuerdos de noches de fiesta y
conciertos, muchos conciertos: buscando pensiones baratas; cantando a gritos en
primera fila; provocando un apagón al contraatacar con benjamines la botella de
champán de Jhonny; sin quitarnos las gafas.
Los Burning se convirtieron en un
motivo para cruzar la península y seguir en contacto. No somos fans, somos los
mismos críos que pedaleaban cuesta arriba mientras Rissi cantaba en una radio a
pilas. En algunos conciertos aún nos juntamos, no importa dónde. Nos ponemos
las gafas de sol para movernos en la oscuridad y recobramos lo que éramos, lo
que seguimos siendo, y sabemos que estamos vivos, que seguimos en la carretera,
pedaleando. We are Burning.