miércoles, 26 de noviembre de 2014

El pequeño Nicolás es el hijo de Leticia, ¿verdad o leyenda urbana?


Ayer salí a caminar dos horas, es sano y me lo ha ordenado el médico porque tengo la tensión alta; anochecía, helaba y el cielo estaba gris, pero no soy un cobarde y había comprado un chándal azul eléctrico, unas zapatillas verdes y una camiseta naranja y fluorescente en el Decatlon. A los cinco minutos descubrí que la ropa de colores vivos no quita el frío, a los diez, el sudor copioso me hizo olvidar mi primer descubrimiento, a los quince comenzó a llover y la lluvia arrastró los colores: la camiseta clareó, los pantalones adquirieron tonos azules y naranjas y la zapatilla derecha perdió la suela. Sentí miedo, nunca me había alejado tanto de casa a pie y no conocía los bares, jarreaba y había un charco con ondas multicolores de aspecto aceitoso bajo mi zapatilla y mi descalzo pie izquierdo. Entré en un bar; el olor a fritos y cuerpos sudorosos y las moscas pegadas en los grasientos azulejos de los años sesenta me reconfortaron. Había recorrido unos cientos de metros, estaba en un territorio inexplorado, pero los bares eran iguales, acogedores, humanos, nostálgicos… Pedí una caña y me senté frente a la barra tapizada en skay a leer el Marca, el taburete chilló al arrastrarlo por el suelo. Las lágrimas llenaron mis ojos, tan lejos de casa y tan cerca. Viajar es bueno, conoces sitios y te das cuenta de que las cosas, en todas partes, son parecidas. El camarero jugaba a las locomotoras de vapor con la cafetera; una manada de niños gritaba y corría golpeándose contra mesas y sillas,  derribaron a un señor con muletas y le patearon los riñones; las madres con abrigos de piel sintética y mallas de leopardo tomaban café, dándoles libertad; un pintor bebía una caña con aire soñador, vestido con un  mono lleno de manchas y costras de pintura; un grupo de amigos, con sus barrigas cerveceras y sus abrigos raídos, comentaban una noticia: El pequeño Nicolás era el hijo de Leticia, el que tuvo en su anterior matrimonio. Acabé la caña, llamé a un taxi y volví al barrio. Me sentía orgulloso de mí mismo, había recorrido mundo y regresaba con nuevas historias.

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