miércoles, 19 de marzo de 2014

Salamanca, ciudad patrimonio, ciudad muerta



Es la zona muerta. La vegetación ha desaparecido por completo. Las rocas, lisas, se extienden en el suelo. No sé si son afloraciones o es la roca madre, no entiendo de geología. Enormes moles de piedra se yerguen a mi lado y me impiden andar libremente, pero no paran el viento, que erosiona sus superficies. No hay agua, no hay hierba, no hay árboles. Restos de excrementos de algún carnívoro en mitad de mi camino, en la piedra desnuda. La vida no ha desaparecido por completo, la pirámide trófica sigue existiendo. El cielo es azul, arrastra nubes. Una bandada de estorninos en el aire. La pirámide trófica.  Sigo andando. ¿Dónde beben?¿Dónde están las plantas? 
Escucho ruidos. Telas rozando con telas, pisadas que se arrastran sobre la superficie muerta. Zombis. Muchos. En grupos, como los estorninos. Me quedo quieto, que no me vean. Los observo. Se arrastran en dirección Este. Paran. Retroceden lo andado. Paran. Reinician el camino una vez más. ¿Dónde encajan los zombis en la cadena trófica? Distingo los dos sexos de la especie. Unos visten viejas pieles de vivérridos, otros llevan antiquísimos abrigos y otros van medio desnudos. Zombis en mitad de la zona muerta. ¿Son los zombis vegetarianos y han acabado con la vegetación o es la falta de plantas lo que los ha convertido en muertos vivientes? Levanto la vista, alcanzo a leer algo escrito en una de las verticales paredes. Calle Toro.  Es Salamanca, la ciudad muerta.

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